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Nayib Bukele, autoproclamado "el dictador más cool del mundo mundial", se convirtió en el presidente latinoamericano con una mayor aprobación entre la población, con un 90%. Su principal aval es que está ganando su particular guerra contra las pandillas, a las que ha perseguido con mano dura desde que asumió el poder el 1 de junio de 2019, reduciendo la violencia a niveles nunca vistos en un país que fue uno de los más peligrosos del mundo. Hizo historia al ser el más joven en lograr la Presidencia de El Salvador, con 37 años, y al dar un portazo al bipartidismo que se había repartido el poder desde 1989, tras el fin de la guerra civil (1980-1992).
Desde que asumió la Presidencia, quien en su día fuera un empresario de distribución de motocicletas, hizo lo imposible por arrinconar a la oposición y dejarla sin espacio hasta convertir en residual la presencia institucional del partido derechista Alianza Republicana Nacionalista (Arena) y a la izquierda heredera de la ex guerrilla Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN).
Bukele, de 42 años y padre de dos niñas, cursó estudios de Derecho en la Universidad Centroamericana de San Salvador, aunque no terminó la carrera y a los 18 años ya fundó su primera empresa de publicidad. Tiene raíces palestinas por parte de sus abuelos paternos, quienes se mudaron a El Salvador en 1913. Además, es hijo del fallecido líder de la comunidad musulmana en este país centroamericano.
Es todo un camaleón de la política, ya que lleva años implicado en la izquierda y en la derecha. En 2012, alcanzó con el FMLN la Alcaldía de Nuevo Cuscatlán. La formación, conformada por ex guerrilleros, vio en él la oportunidad de recuperar la Alcaldía de San Salvador, por lo que le propuso como candidato. Consiguió la victoria en esas elecciones y fue alcalde de la capital entre 2015 y 2018. Durante ese periodo, se enemistó con su propio partido, que lo expulsó en octubre de 2017 por un altercado con una concejala que lo denunció por violencia machista.
Ello provocó que concurriera a las elecciones presidenciales de 2019 con el partido conservador GANA, que es una escisión del derechista Arena. Cuando alcanzó la Presidencia, su formación solo contaba con 10 de los 84 diputados de la Asamblea Legislativa, por lo que estaba obligado a pactar con las fuerzas tradicionales que le bloqueaban todas sus iniciativas. Su sed de poder le llevó a conformar su propio partido, Nuevas Ideas, con el que arrasó en las elecciones legislativas de febrero de 2021, logrando así el control absoluto de la Asamblea para hacer y deshacer a su antojo, con 56 de los 84 diputados. Lo primero que hizo su formación fue destituir al fiscal general y a los magistrados de la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia y nombrar a personas afines, logrando así también el control del Poder Judicial. Los nuevos magistrados abrieron la puerta para que Bukele se pudiera reelegir en las elecciones de este domingo, pese a que varios artículos de la Constitución lo prohíben.
Su primera gran propuesta para contentar a la población fue el Plan de Control Territorial, con el que pretende acabar con las pandillas que tiñen de sangre las calles de El Salvador: la Mara Salvatrucha y el Barrio 18. Para ello, sacó a miles de policías y militares a las calles y prometió que, en cinco años, desplegará a 40.000 soldados (el doble que en la actualidad) para "defender la patria de nuestro enemigo interno más grande". Bukele ha echado un pulso sin precedentes a los 70.000 miembros de las pandillas que se dedican a la extorsión y al crimen y, de momento, lo está ganando.
AUTORITARISMO Y REPRESIÓN
En un principio, no tuvo fácil implementar su Plan al no contar con mayoría en la Asamblea Legislativa. El 9 de febrero de 2020, dio una muestra de autoritarismo e irrumpió con el ejército en el Congreso para presionar a los diputados para que aprobaran un préstamo de 109 millones de dólares y poner en marcha la tercera fase del Plan de Control Territorial. De nada sirvió esta acción bautizada como bukelazo, con lo que tuvo que esperar a que, en febrero de 2021, consiguiera el control absoluto de la Asamblea Legislativa tras la victoria de Nuevas Ideas en las elecciones parlamentarias.
Desde los primeros días de Gobierno, mostró vídeos con miembros de las pandillas semidesnudos en las cárceles y sentados en el suelo para dar el mensaje de que estaban bajo control. Se jactaba incluso de que hubo días sin ningún homicidio gracias a su mano dura. Todo ello cambió tras los asesinatos al azar de 87 personas entre el 25 y el 27 de marzo de 2022. Su reacción fue solicitar a la Asamblea que aprobara ese mismo día 27 de marzo un régimen de excepción que se ha convertido en perpetuo tras prorrogarse cada mes y que limita las libertades. Desde entonces, se arrestó a 77.000 personas acusadas de pertenecer o colaborar con las también denominadas maras. Varias organizaciones han denunciado detenciones arbitrarias y la violación de derechos humanos. El buque insignia de la guerra de Bukele ha sido el Centro de Confinamiento del Terrorismo, una megacárcel con capacidad para 40.000 reclusos.
Bukele se enorgullece de ser el único mandatario que ha tenido El Salvador que no "rinde cuentas" a la comunidad internacional, ni "nos doblegamos ante los países que nos quieren decir cómo resolver nuestros problemas". Ello le ha alejado de su principal socio, EEUU, y le ha llevado a acercarse a China, país que ha financiado sus principales proyectos, como la Biblioteca Nacional o el futuro Estadio Nacional. Siempre pretende ir un paso más adelante y una de sus medidas más populistas ha sido imponer desde el 7 de septiembre de 2021 el Bitcoin como moneda de curso legal, si bien no ha sido muy aceptada, dado que el 88% de la población asegura no haberla usado en el último año.
Durante su mandato, también ha bloqueado la posibilidad de hacer reformas constitucionales para permitir el aborto terapéutico, el matrimonio entre personas del mismo sexo y la eutanasia. En El Salvador, lejos de avecinarse cambios en materia de derechos sociales, se espera que el presidente afiance aún más su poder alejándose de una comunidad internacional preocupada por su deriva autoritaria que parece no tener fin, pero que es respaldada por la mayoría de la población.